Llantos en la noche

20.08.2013 13:59

Son las tres de la mañana de un miércoles de invierno en Urdampilleta, las calles de tierra se ponen blancas por la helada y el viento sopla levemente, como acariciando con cubos de hielo.

Me despido de mi novia, le doy un beso que intenta ser apasionado y ella responde de la misma manera. Pienso en las cuadras que tengo que recorrer bajo la noche oscura; mi cuerpo está cansado y tengo sueño. No he dormido bien últimamente, propio de un muchacho de mi edad.

La casa de ella es la única de la cuadra, está metida hacia adentro y, siempre que haya alguien levantado, la luz bajo el alero permanece encendida. No hay iluminación por las calles de esa zona, apenas unas lámparas que cuelgan en las esquinas que alumbran sólo eso, la esquina. Tengo que recorrer veinte metros para llegar al primer farol, luego doblar y esa calle me lleva a casa, después de transitar ocho cuadras.

Prendo el último botón de la campera de Jean y meto las manos en los bolsillos; camino el primer tramo y doblo; el viento parece soplar más fuerte, produce un silbido leve que se escucha claro, la noche está silenciosa. A los costados hay descampado y oscuridad, las luces de las esquinas no llegan a iluminar las plantas que se agitan suavemente entre las sombras, como si tuvieran vida.

Un aullido suena a lo lejos. Se me eriza la piel, una corriente helada parece meterse por detrás de mi nuca y deslizarse por toda mi espalda, trago saliva y se me corta el aliento. Pienso en el ruido, es demasiado fino para tratarse de un perro, y ningún animal responde como suelen acostumbrar. Le doy poca importancia, la noche siempre es sinónimo de miedo, pero eso a mí nunca me inquietó, las cosas suceden lo mismo sea de día o de noche. Sin embargo el clima es raro, más silencioso que de costumbre.

Aprieto los brazos contra mi cuerpo para calentarme un poco, pero parece ser inútil. El frío persiste y se hace notar cada vez más.

Se repite el sonido y me sobresalta, pero esta vez lo escucho cerca, como si fuera dirigido a mí, sólo para asustarme… Mi cuerpo tiembla, empiezo a dudar si es por el frío. El silbido del viento se mezcla con un ruido que parece ser de cadena. Esta vez sí, mi mente comienza a jugarme malas pasadas.

Inmediatamente viene a mi memoria un mito: “La llorona”.

Muchas veces escuché la historia, según quien la cuente difiere, pero todos coinciden en que era una mujer que vivía en el fondo del pueblo, donde las casas son pocas por manzana; dicen que estaba casada con un tipo con fama de golpeador y cuchillero en una época en la que ser matón imponía respeto. Sin embargo, a pesar de su notoriedad, ella le fue infiel con un amor de la niñez que nunca pudo superar.

Cuando se enteró de esto el marido, según cuentan los ancianos, hizo desaparecer al amante para siempre y ella fue atada con cadenas en el fondo de su casa, vestida con un gran camisón blanco. No había muchos hogares cerca de donde vivían, sin embargo, todos afirman que los llantos eran insoportables, que torturaban los oídos de cualquiera.

El esfuerzo de la mujer por librarse de las cadenas que la retenían sólo la debilitaba; y él no la ayudaba para nada, no le daba de beber ni comer, pasaba a su lado como si no existiera. Tampoco nadie se acercaba hasta la casa a socorrerla por temor al cuchillero y sus represalias, era un tipo temido hasta por las autoridades del pueblo.

Dicen que poco a poco fue demacrándose, resecando su piel, sus pelos blancos poniéndose cada vez más blancos y pajosos por el aire y la tierra que volaba en las calles del fondo del pueblo.

Los que recuerdan haberla visto por última vez atada a esa planta la describen como piel y hueso bajo una sábana blanca.

Hasta que un día desapareció junto con las cadenas que la ataban, algo casi imposible de lograr sin ayuda de un tercero, por el peso de estas y la debilidad moribunda que ya tenía la mujer después de un mes sin recibir alimento. Nadie se hubiera animado a ayudarla, es por eso que dicen que fue auxiliada del más allá.

Nunca más se supo de la mujer, hasta exactamente un año después de la desaparición, cuando un hombre que vivía cerca de la parte más oscura del pueblo juró por su vida haberla visto vestida de blanco, llorando a un costado del camino, contra un árbol. Quiso preguntarle que le pasaba, si podía ayudarla; pero en cuanto se acercó, ella aumentó su llanto e intentó saltar sobre él y lastimarlo con unas poderosas y afiladas uñas. Asustado corrió y contó a todos lo sucedido, cosa que pocos creyeron. Dijo que se parecía a ella, con la mirada triste que siempre la caracterizó.

Hasta que los llantos por la noche se convirtieron en una rutina.

Los que lo conocieron dicen que jamás vieron al viudo de esa manera, temblaba todo el tiempo, tenía ojeras que se hundían en un color violáceo y su cuerpo perdía fuerza día a día.

Un mes duró el sufrimiento del viudo, arrastraba los pies trabajosamente para trasladarse de un lado a otro; se quejaba de un dolor constante; y lentamente iba perdiendo el habla. Hasta que apareció colgado con las mismas cadenas que ató a su mujer, en el mismo árbol.

Después de eso, fue mucha la gente que contó haber sido atacada por “la llorona”.

Se cruza en mi mente una imagen que nunca vi, es ella, tiene que ser ella.

Miro hacia atrás para convencerme que es mi imaginación, pero creo ver una silueta en el medio de la calle oscura, a unos cincuenta metros. No dudo, aumento la velocidad del paso, mi frente chorrea transpiración y mi espalda delata un frio incesante, faltan 6 cuadras.

Escucho el sonido del viento más fuerte, luego el aullido, más cerca. Saco las manos de los bolsillos y empiezo a correr sin mirar atrás, estoy bien físicamente, estoy entrenado; pero la llorona tal vez pueda trasladarse más rápido, no lo sé.

Aumenta mi ritmo cardíaco, me esfuerzo al máximo, podría romper records de velocidad. Hago las seis cuadras en muy poco tiempo y sin frenarme; abro y entro sin mirar atrás. Me apoyo contra la puerta, respiro agitado, mi corazón parece explotar. ¿Estoy a salvo?

Golpean la puerta.

- ¿Q… Quién es?

- Juan, el vecino, te vi entrar. ¿Paso algo?

- No, nada gracias. Estaba apurado por ir al baño…

 

Lisandro Przewolka