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Seis semanas y una eternidad
02.04.2013 12:35
En el año 1994, y después del asesinato de Omar Carrasco, se suspendió el servicio militar obligatorio; entonces mi generación se salvó por poco y en lo único que tuvimos que pensar cuando tuvimos 18 años era en estudiar o trabajar y a veces ni siquiera éramos conscientes de eso; en 1982, quienes tenían la misma edad, debían pensar en ir a pelear a un territorio desconocido, y matar o dejar la vida en el intento…
Roberto Moreno, cuando cumplió 18 años, dejó su trabajo en el campo cerca de Alvear para cumplir con una obligación que estaba impuesta desde 1901 en el país, el Servicio Militar; todos sabían que si eras sorteado debías ir a la “colimba” (palabra formada por un acrónimo en alusión a las tres actividades frecuentes que realizaban los conscriptos: correr, limpiar y barrer) y lejos estaba de pensar en todo lo que vendría para esa generación de jóvenes militares que cumplían los 18 años entre 1981 y 1982.
Su patrón lo despidió y le prometió que le guardaría el puesto en el campo para cuando volviera, dentro de 14 meses.
En esa época, hacer el servicio militar era diferente a otras, el país era gobernado por militares, que eran quienes tomaban las medidas importantes del país, y Roberto estaría involuntariamente involucrado en una las decisiones que cambiarían para siempre la historia de Argentina.
Después de poco más de 7 meses como soldado de Marina en el Servicio Militar en el Batallón 1 de Punta Alta, Roberto fue informado, junto a su grupo, que irían al sur a hacer un ejercicio de práctica; así es que después de un par de días, los subieron a camiones cubiertos con lonas para que no los vieran cuando cruzaran por Punta Alta y los llevaron hasta Puerto Belgrano. Provistos de una mochila con dos mudas de ropa subieron al rompehielos Almirante Iriza; cargaron las cosas y por la noche partieron al sur…
Al cuarto día de navegación en el medio del mar juntaron a los soldados y un jefe les comunicó que en realidad no iban a hacer un ejercicio, sino que iban a recuperar Malvinas, que el servicio de inteligencia inglés los estaba esperando y que más de uno no iba a volver con vida. Pocos eran los que conocían de que se trataba Malvinas, y mucho menos donde quedaba. Les mostraron el armamento que llevaban y una bodega del barco llena de ataúdes para los que corrieran con la peor suerte.
En pleno mar y con más de mitad de viaje realizado no había tiempo para tener miedo; cuando alguno de los muchachos decaía otro lo apoyaba.
El desembarco estaba previsto para el 1 de abril, pero una tormenta muy fuerte obligó a que pisaran la tierra de las islas al día siguiente. La misión consistía en apoyar al capitán Pedro Edgardo Giachino, que tomaría la casa de Gobierno, haría rendir al mandatario rápidamente y no habría que lamentar víctimas. El grupo al que pertenecía Moreno aterrizaría en helicóptero en una cancha de fútbol detrás de la gobernación. Sin embargo, recibieron el aviso de que las fuerzas inglesas los esperaban en ese lugar, de modo que fueron al aeropuerto, redujeron al personal y tomaron un puesto de guardia, todo sin recibir gran resistencia del otro lado. Roberto sintió una gran emoción y sentimiento de triunfo cuando bajaron las banderas inglesas y subieron las argentinas. Mientras tanto, en el otro frente, el capitán no corría la misma suerte, en un intento heroico por detener el fuego antes que las fuerzas argentinas lleguen a la ciudad y se inicie una balacera poniendo en riesgo vidas civiles, avanzó solo hacia la gobernación derribando una puerta y recibiendo como respuesta una balacera que terminó con su vida.
La alegría de Roberto por haber cumplido su misión se transformó en tristeza cuando recibió la noticia de que su capitán había muerto en combate. Aunque las islas volvían momentáneamente a ser argentinas, la pérdida de un compañero no dio lugar para los festejos. Roberto pensó en su familia que ni siquiera imaginaba que estaba haciendo él, los obligaban a mentirles a sus padres.
El grupo quedó custodiando a los prisioneros ingleses hasta que un barco los trasladó a algún lugar que esos jóvenes soldados argentinos nunca sabría. Luego vendría el turno de la fuerza aérea, y los marinos fueron trasladados nuevamente hasta el país, donde recibieron la orden de enviarles a sus familiares un telegrama que decía que estaban bien y se encontraban en el cuartel, como si nada hubiera pasado.
Un par de días después de haber vuelto a Punta Alta, el grupo al que pertenecía Moreno fue llevado hasta Tierra del Fuego, punto estratégico por la cercanía con Malvinas, donde debían custodiar, en el aeropuerto de Rio Grande, las salidas de los aviones a las Islas y la posibilidad del ataque enemigo desde Chile.
Mientras la guerra se desarrollaba y la gente en el país creía que se estaba llevando de la mejor forma, Roberto pasaba frío en una isla lindante con Chile en la que nieva en cualquier época del año; viendo los compañeros que volvían sin una pierna, sin un brazo, sin un ojo, o muertos; durmiendo en un galpón de esquila con piso de enrejado donde cae la suciedad de la oveja, con una colchoneta de 4 centímetros, una bolsa de dormir y sólo una manta para cubrirse de las altas temperaturas, como esa noche de abril en la que hizo 20° bajo cero. Dos mudas de ropa era todo lo que tenían para cambiarse y lejos estuvieron de poder lavar las prendas en los 60 días que estuvieron en el lugar.
En el lugar donde comían lentejas hervidas mientras los militares saboreaban asado y se burlaban de ellos, habían puesto un televisor donde podían ver la información real de cómo se desarrollaba la guerra, aunque sin poder comunicárselo a sus familiares. Las cartas que redactaban para sus familias iban abiertas para poder ser controladas por los jefes, que eran quienes decidían si su contenido podía o no llegar a destino.
Tras cinco días de combate, entre el 10 y el 14 de junio de 1982, las tropas argentinas firmaron la rendición, tras lo cual las fuerzas británicas retomaron el control de la capital malvinense.
Roberto sintió una mezcla de tristeza por haber perdido la Guerra de Malvinas, y alivio porque sabía que volvería a donde estaba haciendo la colimba, para luego recibir la baja y poder ver a su familia. Pero esto no sucedió hasta 3 semanas después, el día 7 de julio, cuando fue liberado en Punta Alta, un mes antes de los 14 que duraba el Servicio Militar Obligatorio, volvió a Alvear a trabajar al campo, intentando olvidar una etapa que jamás se iría de su mente.
Recién diez años después de haber finalizado la guerra, y gracias a contactarse con otros ex combatientes de Malvinas, pudo percibir la jubilación correspondiente por ser un héroe de guerra. Diez años en los que fue, junto a muchos más, ignorado por una sociedad y un poder que quería olvidar una guerra perdida, pero que al hacerlo incluía a sus protagonistas.

Hoy, con 50 años, siendo padre de dos muchachos y abuelo, Roberto Moreno vive en Pirovano, en una casa en el pueblo desde hace 5 años. Si no le preguntan no cuenta que es excombatiente. Está más tranquilo, viviendo aquella época como un recuerdo, como una historia de nunca olvidar y que tendrá que contar como una ficción para quienes duden que adolescentes de 18 años fueron a pelear contra una potencia europea que venía de ser vencedora en la primera y la segunda guerra mundial, con historia bélica en su haber y un poder armamentístico muy diferente a lo que podíamos aspirar en nuestro país.
- ¿Qué opinión tenés de los militares?
- Tengo una experiencia muy mala de ellos, porque hicieron muchas injusticias con el soldado, nos daban mal de comer, nos trataban mal.
- ¿Qué era en esa época, antes de Malvinas, ir a la colimba?
- Yo creo que a nadie le gustaba la colimba, era un trato muy feo. Quizás por ahí a mucha gente le sirvió para aprender a valorar muchas cosas, pero creo que ni a los presos de ahora los tratan como nos trataban a nosotros.
- ¿Qué les dirías a tus hijos si tuvieran que hacer el Servicio Militar Obligatorio?
- Si fuera una obligación les diría que tienen que ir tranquilos como fui yo. A ellos en mi casa nunca los acosé contándoles lo que viví, sólo les respondía algo si me preguntaban…
- ¿Qué significó para vos 1983 y la vuelta de la democracia?
- Quizás esperando lo mejor, a mí los militares, salvo cuando fui colimba, no me molestaron para nada, se podía andar tranquilo. Había ciertos horarios en que no se podían andar en la calle o si eras menos pero nada más.
- ¿Qué es para vos hoy un 2 de abril?
- Siento tristeza. A mí cuando me preguntan de los homenajes yo siempre digo que los homenajes se los debemos hacer a los que quedaron allá, nosotros fuimos, volvimos y pudimos concretar nuestros sueños, yo me casé con la chica que era mi novia antes de entrar al Servicio Militar.
Dejar la vida en el intento, como lo hicieron cada uno de los 649 hombres que murieron entre el 2 de abril y ese 14 de junio de 1982, fechas que serán muy difíciles de olvidar en nuestra historia. Un período en el que fuimos a liberar una isla que pertenece a nuestro territorio, que fue invadido en 1833 por una flota inglesa y los gobernantes del momento quisieron recuperar por la fuerza casi 150 años después. ¿Con qué objetivo? Aún me lo sigo preguntando…
Lisandro Przewolka